La bola de hierro o agoa extraída del horno se colocaba sobre el yunque con la ayuda de unas tenazas de gran tamaño. Era el momento de accionar el mazo. El funcionamiento comenzaba en la antepara. El agua que se precipitaba desde este depósito caía sobre las palas de la rueda, accionándola y haciendo girar, a su vez, el eje que se insertaba en la misma. Pero el mecanismo era todavía más complejo. Este eje contaba en su parte central, el tramo más ancho, con una serie de levas que al girar golpeaban la cola del mango del mazo. Al pivotar sobre un punto de apoyo, conocido como boga, este movimiento conseguía que la cabeza del mango se levantara, para volver a caer por gravedad sobre el yunque, cuando la presión de la leva desaparecía.
Diseño realizado por Txomin Ugalde.
El constante golpeo del mazo expulsaba las escorias y compactaba la bola incandescente que luego se cortaba en tochos con ayuda de una tajadera. Estos tochos se trabajaban posteriormente en ferrerías de menor tamaño convirtiéndolos en barras o productos como el cuadradillo, el redondo, la pletina… que requerían mayor elaboración.