El fogal era un horno abierto de forma troncopiramidal. A diferencia de los hornos altos, utilizados en Europa desde la Edad Media, en éstos se producía hierro por el procedimiento directo: reducción y forja. El mayor problema radicaba en que se precisaba de materia prima de buena calidad, óxidos de hierro, lo que supuso cierta dependencia hacia el coto minero de Somorrostro.
Para llevar a cabo el proceso de reducción, se cargaba el horno con 400 kg de carbón vegetal y 300 kg de mineral calcinado y desmenuzado. Cada operación duraba cuatro horas y producía 75 kg de hierro en bruto.
De la inyección de aire se ocupaban los dos fuelles que se situaban detrás del muro del horno, lo que permitía que alcanzara la temperatura suficiente para reducir el mineral sin llegar a fundirlo. Estaba permanentemente encendido, excepto en fiestas a guardar, el periodo de estiaje o por las habituales reparaciones. El hierro que se obtenía, una masa pastosa, se concentraba en el fondo del horno y se separaba de la escoria, que presentaba una consistencia más líquida. El fundidor, con la ayuda de una barra, se encargaba de juntar los trozos de hierro hasta obtener una bola o agoa. Después, con una barra mayor, lo sacaban del horno y lo llevaban, rodando, hasta el lugar donde se situaba el mazo.
Estuvieron vigentes hasta finales del siglo XIX y sus orígenes se remontan, al menos, al siglo XIII.